La mente de género: Diferencias psicológicas entre hombres y mujeres

La mente de género: Diferencias psicológicas entre hombres y mujeres

Introducción

En la visión convencional del mundo, los hombres y las mujeres ocupan papeles sociales distintos y presentan características diferentes, formando un dimorfismo del que se derivan diversos estereotipos. Mientras que las diferencias fisiológicas entre los sexos son fácilmente discernibles, las diferencias psicológicas intangibles son difíciles de examinar. La discusión sobre si existe una discrepancia psicológica entre hombres y mujeres se remonta al mundo antiguo. Platón y Aristóteles, dos gigantes de la filosofía griega antigua sobre los que se construye gran parte de la cultura moderna, representaban las polaridades del debate clásico. Platón sostenía que "las mujeres y los hombres tienen la misma naturaleza en lo que respecta a la tutela del Estado" (República, 5.456), mientras que Aristóteles creía que los defectos inherentes a la mente femenina hacían que las mujeres fueran "más compasivas que el hombre, más fácilmente conmovidas hasta las lágrimas, ...más celosas, más quejumbrosas, más aptas para regañar y golpear" (Historia de los animales, IX).

Es necesario esclarecer ciertas definiciones antes de profundizar en el argumento. La definición moderna de "psique", según el psicólogo Carl Jung, es "la totalidad de todos los procesos psíquicos, tanto conscientes como inconscientes" (1971, p.797). Sin embargo, las denotaciones de "hombre" y "mujer" son más complejas. Desde el estilete de los filósofos antiguos hasta el teclado de los académicos modernos, se despliegan más matices del argumento a medida que la sociedad disipa la falsa dicotomía que subyace a la polarización de género. Ya no es sinónimo de "sexo", sino que el concepto de género se ha alejado de la definición biológica y se ha ampliado hasta convertirse en un espectro continuo. Como explicó la filósofa contemporánea Judith Butler, el sexo se refiere a los "aspectos invariables, anatómicamente distintos y fácticos" de un cuerpo, mientras que el género define el "significado y la forma cultural que adquiere ese cuerpo" (Butler, 1986, p.35). Debido a esta distinción, ser hombre o mujer es atenerse a las implicaciones culturales para un hombre o una mujer. Por lo tanto, la cuestión central se extiende más allá de su categorización previa de "hombres" y "mujeres". Debido a esta complejidad, la mayoría de las investigaciones científicas cayeron bajo la restricción del binarismo de género. En consecuencia, las discusiones relativas a "hombres" y "mujeres" se limitan en lo sucesivo a la definición binaria de género, sinónimo de sexo, en este ensayo. Bajo esta categorización, la ciencia moderna ha desentrañado pruebas consistentes que apoyan la existencia de varias diferencias psicológicas basadas en el género, que no validan de ninguna manera la jerarquía discriminatoria de género pero que sí son importantes para construir una comprensión global de la identidad individual y la cultura colectiva.

Una perspectiva biológica

Desde el punto de vista genético, hormonal y anatómico, las diferencias sexuales fisiológicas conducen inevitablemente a variaciones psicológicas. Los cromosomas sexuales X e Y que dictan el sexo biológico llevan materiales genéticos diferentes, y los estudios sobre las aneuploidías de los cromosomas sexuales (es decir, un número anormal de cromosomas) revelaron que esta diferencia puede contribuir a la propensión a sufrir ciertos trastornos mentales: el cromosoma Y puede predisponer a los varones al autismo, mientras que un cromosoma X extra puede contribuir a la vulnerabilidad de las mujeres a la depresión (Green et al., 2019). La diferencia cromosómica también provoca niveles hormonales variables que dan lugar a diferencias de comportamiento. Por ejemplo, la hormona ovárica estrógeno hace que las mujeres sean más susceptibles al abuso de drogas (Anker y Carroll, 2011). Además, las diferencias en los niveles hormonales dan lugar a variaciones neuroanatómicas entre los cerebros masculino y femenino (Goldstein et al., 2001; Ruigrok et al., 2014). Por ejemplo, el área de Broca y el área de Wernicke, dos regiones responsables de las funciones del lenguaje, son más grandes en el cerebro femenino. Esta observación se corresponde con la mayor sensibilidad de las mujeres a las actividades verbales (Harasty et al., 1997; Kurth et al., 2017).

Hay que reconocer que la inferencia desde la perspectiva biológica no basta para validar la afirmación de que nuestras mentes son sexualmente dimórficas. Dado que la psique humana está fuertemente influenciada por factores culturales y sociales, el estrecho modelo biológico no logra abordar todas las facetas. Por lo tanto, el panorama holístico de las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres debe ser evaluado y analizado a través de tres aspectos psicológicos: la cognición, cómo percibimos y evaluamos el mundo; la personalidad, cómo procesamos y reaccionamos a los sentimientos; y el comportamiento, cómo interactuamos con los demás (Vandenbos, 2015).

Cognición: ¿el sexo más inteligente?

Las diferencias prominentes en la capacidad cognitiva de los hombres y las mujeres se destacan sistemáticamente en la capacidad visoespacial, las habilidades verbales y el procesamiento de las emociones. Ya en 1985, los investigadores identificaron las ventajas de los hombres en la percepción espacial (Linn y Petersen, 1985). Pruebas más recientes respaldan que los hombres superan a las mujeres en muchas tareas visoespaciales, siendo la diferencia más sólida la de la rotación mental (es decir, la capacidad de imaginar la rotación de un objeto 3D en el espacio) (Voyer, 1995). Por el contrario, las mujeres tienen una ventaja sobre los hombres en la comprensión de la escritura y la lectura (Hedges y Nowell, 1995; Halper et al., 2007). En el procesamiento de las emociones, las mujeres mostraron una ventaja en la percepción del asco, el miedo y la tristeza a partir de las expresiones faciales; por otro lado, los hombres mostraron una sensibilidad superior a la ira (Kret & De Gelder, 2012). En particular, se desmintió uno de los estereotipos más extendidos de que los hombres sobresalen sobre las mujeres en matemáticas (Lindberg et al., 2010). En resumen, tanto los hombres como las mujeres muestran preponderancia en algunos aspectos, pero uno no anula al otro en la capacidad cognitiva. Como señalaron las psicólogas Wendy Wood y Alice Eagly, "los individuos de ambos sexos son potencialmente capaces de desempeñar eficazmente funciones organizativas a todos los niveles", independientemente de las pequeñas diferencias inherentes (2002, p.722).

Lamentablemente, la amplificación de estas diferencias suele alimentar los prejuicios sociales y la discriminación sexual. Por ejemplo, la autoeficacia basada en estereotipos sobre las capacidades intelectuales alimenta la brecha de género en la carrera profesional. En Estados Unidos, un país que ha recibido elogios por ser pionero en la igualdad de género, sólo el 15% de los ingenieros son mujeres, y sólo el 11,2% de los enfermeros titulados son hombres (United States Census Bureau, 2021). Este fenómeno es parcialmente atribuible a la poca confianza de cada sexo en sus capacidades en las áreas que no parecen encajar con su identidad de género (Wang y Degol, 2017; Tellhed et al., 2017). Por lo tanto, reconocer correctamente las diferencias cognitivas es imperativo para identificar los estereotipos de género y maximizar el potencial individual. De este modo, las sociedades pueden ajustar los esquemas educativos y animar a los individuos a perseguir sus ambiciones independientemente de los prejuicios de género.

Personalidad: el patriarca asertivo y la dama tierna

Los hombres y las mujeres también muestran diferencias intrigantes en la personalidad que se ajustan a los estereotipos de género arraigados. Basándose en los cinco grandes rasgos de la personalidad, hay cinco grandes categorías que describen la personalidad: apertura, conciencia, extraversión, amabilidad y neuroticismo (Goldberg, 1993). Las mujeres han demostrado sistemáticamente un mayor neuroticismo y amabilidad, lo que refleja una disposición a experimentar emociones negativas, empatizar y ofrecer ayuda (Costa y McCrae, 2001; Schmitt et al., 2008; Weisberg y Hirsh, 2011). En particular, esta tendencia se observó a nivel transcultural, lo que sugiere que las diferencias culturales no rompen el patrón (Costa & McCrae, 2001; Schmitt et al., 2008). Esta observación se corresponde con el papel universal de las mujeres como cuidadoras sentimentales y perceptivas. Los matices de apertura y extraversión refuerzan aún más esta imagen (Weisberg y Hirsh, 2011). Un examen más detallado de los subniveles de apertura descubrió una tendencia divergente de las mujeres a estar más abiertas a la estética y los sentimientos y de los hombres a las ideas. Del mismo modo, en cuanto a la extraversión, las mujeres puntuaban más alto en gregarismo, mientras que los hombres lo hacían en asertividad, un atributo relacionado con la agresividad. Estas sutiles discrepancias refuerzan la tradicional presunción de emocionalidad y sumisión de las mujeres frente a la racionalidad y dominación de los hombres.

Es discutible si estas características diferentes son la causa o el producto de los estereotipos de género. En cualquier caso, las diferencias de personalidad ofrecen información sobre las diferencias de género en los orígenes y la terapéutica de las enfermedades mentales. Por ejemplo, el trastorno depresivo mayor y el trastorno de ansiedad se dan dos veces más en las mujeres en todo el mundo (Goodwin y Gotlib, 2004). Algunos estudiosos han descubierto que un mayor neuroticismo se corresponde con una mayor capacidad para sentir emociones y una mayor frecuencia para rumiar, lo que contribuye a una mayor tasa de trastornos afectivos en las mujeres (Afifi, 2007). Esta tendencia ilustra que un enfoque neutral en cuanto al género de los trastornos mentales enmascararía los factores de riesgo basados en el género y comprometería la eficacia de los tratamientos. Las implicaciones de estos hallazgos tienen una importancia notable, ya que las expectativas sociales se están cobrando un precio cada vez más alto en la salud mental.

Comportamiento: la curiosa indagación sobre la libido humana

Los comportamientos humanos también varían según el género, especialmente en lo que respecta a las relaciones románticas o sexuales. En general, los hombres declararon tener un mayor impulso sexual, un mayor énfasis en el placer físico y una actitud más acogedora hacia el sexo casual (Oliver y Hyde, 1993). Por el contrario, las mujeres valoran más los vínculos emocionales y el afecto. La fluidez sexual, es decir, la flexibilidad con la que un individuo responde a diferentes fuentes de atracción, también muestra diferencias destacadas entre hombres y mujeres. Una encuesta nacional realizada en EE.UU. informó de un asombroso aumento del 900% en el número de mujeres que se identificaban como lesbianas o bisexuales después de completar la educación universitaria (del 0,4% al 3,6%), mientras que el número de hombres que se identificaban como homosexuales o bisexuales sólo se duplicaba en las mismas condiciones (Laumann, 1994). Estas estadísticas demostraron que la orientación sexual de las mujeres es más susceptible a los estímulos del entorno, como la educación.

Las diferencias de sexualidad reflejan los roles estereotipados de los hombres dominantes y las mujeres subordinadas en las relaciones ortodoxas. A un nivel más profundo, estas diferencias de comportamiento desvelan un factor que está detrás de la insidiosa misoginia y la homofobia que acechan en el fondo de las percepciones sociales de la gente. En consonancia con los hallazgos sobre la fluidez sexual, estudios posteriores revelaron que los hombres suelen aceptar menos las relaciones homosexuales que las mujeres, y que los hombres gays son juzgados con una actitud más negativa que las lesbianas (Kite y Whitley, 1996; LaMar y Kite, 1998). Estos hallazgos implican que para la sociedad, la "masculinidad" es superior y requiere una adhesión más rígida en yuxtaposición con la "feminidad". La frecuente victimización de las mujeres en la violencia doméstica, en la que el abuso físico se utiliza como afirmación y expresión del poder masculino, manifiesta la discriminación. La atracción entre dos hombres del mismo sexo, en la que la autoridad masculina no está debidamente declarada, se considera así una vergonzosa violación de la dominación natural del hombre. Diseccionar las características sexuales respectivas de hombres y mujeres puede, por tanto, ayudar a la sociedad a dilucidar y eliminar la ideología maligna que sustenta la misoginia y el odio hacia las minorías de género.

La escultura de la sociedad sobre el plano de la naturaleza

Ahora bien, ¿qué factores impulsan las mencionadas diferencias psicológicas? Cuatro teorías establecieron la base de las investigaciones relacionadas. La teoría de la psicología evolutiva propone que la selección sexual y las estrategias adaptativas diferenciales dan forma a estas discrepancias (Buss, 1995). Vincula las sutilezas de los comportamientos reproductivos con las diferencias de personalidad, atribuyendo la naturaleza tierna de las mujeres a su mayor seguridad parental y a la consiguiente devoción por la crianza de la descendencia. Sin embargo, esta teoría sólo aborda una perspectiva biológica limitada que insinúa el determinismo genético. Por el contrario, la teoría del aprendizaje social cognitivo atribuye estas diferencias a las normas sociales que moldean los comportamientos mediante el refuerzo y el castigo (Bussey y Bandura, 1999). Por ejemplo, la creencia de que las mujeres tienen más probabilidades de fracasar en STEM podría sesgar las preferencias profesionales de las mujeres. Con una lógica similar, la teoría sociocultural sugiere que una división del trabajo basada en la fuerza física crea restricciones y oportunidades que construyen gradualmente el estatus social de hombres y mujeres (Eagly & Wood, 2012). Según este punto de vista, los hombres tienden a actuar como dominadores porque, al tener una superioridad física natural, se espera que lo hagan. En conjunto, estas teorías indican que las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres surgen de una interacción entre los rasgos heredados y los roles adquiridos. Por último, la hipótesis de las similitudes de género antitéticas afirma que los hombres y las mujeres son más parecidos que diferentes desde el punto de vista psicológico, pero la lógica fundamental se basa en la premisa de que existen al menos algunas diferencias, aunque moderadas (Hyde, 2005).

Conclusión

Aunque las mentes de los hombres y las mujeres no están separadas por un abismo insalvable, siguen existiendo intrigantes diferencias psicológicas en la cognición, la personalidad y el comportamiento. Es fundamental tener en cuenta que cada individuo es una entidad distinta, y estas generalizaciones no limitan las mentes independientes. Sin embargo, las diferencias psicológicas generales entre géneros siguen siendo importantes por sus importantes implicaciones sociales. Aunque algunas diferencias parecen resonar y reforzar la discriminación, reconocerlas a través de una lente objetiva es un requisito previo fundamental para comprender el sesgo de género. Interpretar los abstrusos circuitos que subyacen a las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres conducirá a valiosos conocimientos sobre la dinámica de la jerarquía social existente y a la eliminación de los estereotipos malignos, que no sólo causan discordia entre los sexos sino que también ponen en peligro los derechos de las mujeres y las minorías de género. La revelación de las diferencias de género en los rasgos psicológicos es, por tanto, una condición sine qua non para una auténtica comprensión del entramado de la cultura moderna, junto con las formas de mantener sus virtudes y purgar sus males.

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