Nos vemos, los voleibolistas

Nos vemos, los voleibolistas

Hainan, un lugar conocido por su seguridad, proporciona consuelo a mi alma. Como estudiante que carece de acceso a los mismos recursos, a menudo tengo la sensación de que destacar en un deporte pertenece exclusivamente a quienes pueden permitirse costosas clases particulares y dedicarle su tiempo. Parece haber un muro infranqueable que nos separa, no sólo en términos de eficiencia académica, sino también en la oportunidad de acceder a entrenadores experimentados y condiciones de entrenamiento. Con poca confianza para argumentar mi caso, permanezco en silencio.

Sin embargo, al regresar a mi ciudad natal, me encontré con un grupo de chicos jóvenes que jugaban al voleibol descalzos, con su ropa de diario. Con orgullo y confianza, les pregunté si podía unirme a ellos. Para mi sorpresa, aceptaron mi petición y me enseñaron las técnicas del juego sin dudarlo. Compartieron desinteresadamente sus conocimientos sin esperar nada a cambio. De hecho, sacrificaron voluntariamente su tiempo para ayudarme a mí, su futuro competidor. Este acto me asombró, ya que en el ambiente competitivo de la ciudad, nadie perdería su valioso tiempo de descanso para enseñar a sus rivales.

En este momento, me encuentro frente a dos enemigos imaginarios: las barreras técnicas y la falta de recursos. En un grupo de individuos que no están capacitados ni tienen recursos, los esfuerzos y los recursos parecen despreciarse, mientras que el entusiasmo es la única fuerza motriz. Deberíamos asombrarnos del arduo cultivo de cada especialidad y expresar gratitud a quienes nos han permitido desarrollar tales habilidades y competir con nuestros compañeros en igualdad de condiciones.

Lo que verdaderamente necesitamos es amor, libre de segundas intenciones. El amor y la dedicación minimizarán los costes asociados al tiempo, mientras que la tecnología y la experiencia sólo servirán como herramientas. Los talentos acumulados a través del tiempo y el dinero no son lo más valioso, sino la pasión por ellos. Si reconocemos esto, la pericia técnica no se convertirá en un alarde ni en un criterio para dividir a la gente en diferentes clases. Por el contrario, será una expresión de amor y pasión. Deberíamos alabar a quienes están dispuestos a dedicar su tiempo, energía y dinero a su pasión. No juzgan a los demás por sus habilidades técnicas, sino que los valoran por su entusiasmo compartido. Están dispuestos a incluir a cualquiera dentro de su comunidad, independientemente de su nivel de habilidad.

En conclusión, el amor, junto con el trabajo duro, es lo más hermoso del mundo. El trabajo duro y el acceso a los recursos no deberían ser exclusivos de quienes pueden permitírselo. Por el contrario, deberíamos dar prioridad a la pasión y la dedicación que cada persona pone en su trabajo. De este modo, podemos derribar las barreras que nos separan y crear un entorno más integrador y solidario en el que todos tengan la oportunidad de sobresalir.

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