Crítica de "Nandor Fodor y la mangosta parlante": Simon Pegg no puede salvar el extraño tratamiento de una extraña anécdota histórica



	
		Crítica de

"Basada en una historia real" se ha convertido en una de las etiquetas más utilizadas (y engañosas) de nuestro tiempo. Sin embargo, su aplicación a "Nandor Fodor y la mangosta parlante" está debidamente justificada, y no por ello es menos ridícula. Los "hechos reales" que aquí se relatan siguen siendo asombrosos: En la década de 1930, una familia que vivía en una granja de la isla de Main afirmó haber acogido con frecuencia a una mangosta octogenaria de Nueva Delhi cuyos misteriosos poderes apenas se limitaban al habla humana. Esta historia despertó un gran interés entre la prensa sensacionalista, los turistas y los investigadores a lo largo de varios años. La creencia persistió a pesar de todo tipo de pruebas que sembraban la duda, entre ellas el reconocido talento de la hija para la ventriloquia.

Es el tipo de anécdota maravillosamente extraña que uno imagina que no puede fallar en la pantalla. Sin embargo, en la tercera película del guionista y director estadounidense Adam Sigal, producida en el Reino Unido, ocurre lo mismo, es el tipo de curiosidad que suena deliciosa... y luego se queda ahí, sin llegar nunca a una perspectiva narrativa o tonal coherente sobre su peculiar tema.

Con Simon Pegg en el papel de un conocido investigador atraído por el misterio, la película parece haber elegido la comedia de personajes excéntricos como táctica. Sin embargo, tras 96 minutos, seguimos sin saber qué pretende Sigal, ya que está claro que los resultados -a pesar de los atractivos decorados de época- no alcanzan ningún objetivo claro. Es el tipo de fiasco poco convencional por el que, no obstante, sigues alentando, con la esperanza de que al final se recomponga.

Al parecer, a partir de 1931, los Irving -un trío bastante acomodado que se había trasladado desde Liverpool- empezaron a oír ruidos de animales detrás de la puerta de un granero. Con el tiempo conocieron a un tal Gef (pronunciado "Jeff"), un "espíritu terrenal" que se describía a sí mismo como alguien a quien rara vez se veía, pero que adoptaba la forma de una mangosta cuando lo deseaba. Pronto otros afirmaron haber tenido experiencias que confirmaban la existencia de Gef, aunque los visitantes oficiales que buscaban pruebas se vieron frustrados.

Entre los visitantes de 1937 se encontraba Nandor Fodor, parapsicólogo y psicoanalista de fama internacional. Si bien el hecho de estar a caballo entre ambos campos acabó por restarle credibilidad en alguno de ellos, no por ello dejó de ser un popular "experto" publicado, así como un frecuente desacreditador en el ámbito de los fenómenos paranormales. Aquí se le presenta conociendo el caso Irving cuando una carta de su colega investigador Harry Price (Christopher Lloyd) es leída por la sufrida ayudante de Fodor, Anne (Minnie Driver). Se siente intrigado, aunque sólo sea por lo absurdo de la situación.

Pronto Nandor y Anne llegan al lugar, recibidos por el efusivo Sr. Irving (Tim Downie), su esposa Margaret (Ruth Connell) y Voirrey (Jessica Balmer), de 17 años. Todos están ansiosos por ayudar a confirmar la existencia del fantasma o criatura, a pesar de la resistencia de Gef a los esfuerzos anteriores. Sin embargo, Anne se siente desconcertada por las demostraciones del adolescente de lanzar voces, mientras que el granjero de los Irving, Errol (Gary Beadle), confiesa sin rodeos a Nandor que "Gef no existe".

Sin embargo, muchos lugareños son creyentes. Gef (con la voz de Neil Gaiman) ha compartido en el pasado su conocimiento de sus propios secretos bien guardados, que han encontrado emocionantes e inquietantes. Justo cuando Fandor ha decidido que todo esto es una "farsa", la escurridiza voz tras los muros le provoca con información privilegiada sobre su propia vida privada. Propenso a emborracharse bajo presión, nuestro húngaro expatriado cazafantasmas enloquece con tantas señales contradictorias, hasta que lo meten en la celda de borrachos local para que duerma la mona.

Sin duda, aquí hay materia prima para una mezcla inteligente y singular de sátira y capricho, o lo que Sigal tuviera en mente. Pero sus intenciones se han vuelto tan imprevisibles como Gef en algún momento. La película parece incapaz de decidir lo cómica, misteriosa o llena de suspense que quiere ser, estableciéndose en un tibio punto intermedio que no provoca ninguna respuesta en particular, risa incluida. Podría haber funcionado si entendiéramos que Sigal quería que Gef fuera todo para todos: fraudulento, mágico, tal vez un recordatorio necesario de las maravillas de la vida. Pero ese tipo de piruetas no pueden funcionar cuando la película apenas parece capaz de recoger el balón, conceptualmente.

Pegg demuestra su versatilidad en una interpretación comprometida y relativamente seria a la que sólo le falta el contexto que podría haberle dado sentido. La película parece estar desacreditando a su propio protagonista -¿quién se cree él para dudar de lo insólito? -, pero la falta de una perspectiva convincente al respecto enturbia cualquier impacto.

Los personajes secundarios suelen estar bien interpretados, aunque se les da menos definición en sus escasas escenas. Un par de personajes (sobre todo el metido con calzador Errol) parecen tan superfluos que es un enigma por qué no se aprovechó mejor ese tiempo en pantalla para ampliar alguno de los temas o figuras más integrales. Aunque no es una empresa espectacular, está muy bien servida por las contribuciones de la directora de fotografía Sara Deane, el diseñador de producción Andy Holden-Stokes y el vestuario de Lance Milligan. El montador David E. Freeman mantiene el ritmo de la película, aunque cabe preguntarse si algunas secuencias de lastre se quedaron en la sala de montaje o nunca se rodaron. La banda sonora de Bill Prokopow no ayuda mucho a la vaguedad de la película; un poco de ironía sonora habría venido muy bien.

Cualquier película sobre un incidente histórico relacionado con una mangosta parlante debería ofrecer, como mínimo, una bonanza de extrañeza. Pero esta pequeña película de aspecto agradable, discreta y parlanchina parece vacilar a la hora de abrazar esa o cualquier otra cualidad.

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