No es sólo madera, es la historia de mi familia

Somos nueve personas sentadas alrededor de esta pieza rectangular de madera perfectamente esculpida y de color marrón miel. Un plato de pollo a la parmesana descansa sobre las agarraderas de arco iris que hice en cuarto grado, listo para quemarme la boca pero con sabor a abrazo.

Las cenas familiares tienen lugar cada dos domingos en casa de la abuela. Desde que yo gateaba, y todavía hoy, las cenas de los domingos son un momento designado para ser una familia. Hemos llorado, recordado y creado nuevos chistes internos que haríamos en la siguiente cena dominical.

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Tengo la suerte (la mayor parte del tiempo) de poder vivir estos momentos con mi familia. Pero saber que no muchos niños tendrán los mismos recuerdos que yo me hace sentir bastante mal. De hecho, me molesta más saber que un estudio realizado por YouGov muestra un descenso del treinta y tres por ciento en las cenas familiares en los últimos 20 años. Además, el sesenta y cuatro por ciento de los padres con hijos se arrepienten de no haber comido juntos más a menudo.

Es una locura cómo en los casi dieciocho años que llevo de vida se pueden crear millones de recuerdos en tan solo una habitación con una mesa y sillas. Hace apenas cinco años, mi primo Jack y yo nos pasábamos los teléfonos a escondidas por debajo de la mesa para mostrarnos memes divertidos. Ahora, hablamos de ir a la universidad y de los planes de futuro. Sean y Andrew también crecieron en esa mesa. Solían balbucear sobre los camiones Tonka y los LEGO, pero ahora hablan del drama de las chicas del instituto y de los videojuegos. Es una locura que todos hayamos crecido en torno a esa mesa, y a medida que entramos en nuevos capítulos de la vida, seguimos creciendo.

Cuando las familias -incluida la mía- comen juntas, no nos damos cuenta de los beneficios que acompañan a este plato principal. Por ejemplo, mejora la comunicación. Créanme, cuando llega la Semana Santa, mi familia necesita un plan perfectamente elaborado y formulado o acabará con cecina de jamón y puré de zanahorias; esa es una historia para otra ocasión.

Además, las cenas familiares son como una sesión de terapia gratuita. No sólo puedes desahogarte completamente de la vida, sino que juntos creamos un vínculo y una confianza que florecerá en los próximos años. Ser capaz de expresar tus verdaderos sentimientos es una habilidad de la que, por desgracia, no muchos son capaces, así que tener la posibilidad de deshacerte de todas tus preocupaciones en las servilletas verdes de la abuela es todo un alivio para el estrés. Créeme, sin esas servilletas probablemente sería capaz de manejar la mitad de los desafíos que la vida me plantea.

Ser capaz de construir la confianza y la comunicación con los demás es tan importante no sólo para nosotros como niños que crecen y son testigos de estas interacciones, sino que es importante para sentar las bases para cuando nos convertimos en adultos. Personalmente, he visto cómo deben y no deben hablar los adultos entre sí. Sé cómo crear una discusión, así como cómo calmarla. He aprendido muchas otras habilidades vitales para la vida que, en última instancia, me ayudarán a ser mejor persona ahora y en el futuro.

Mientras me preparo para ir a la universidad en Virginia, estas cenas familiares serán algo que echaré de menos... por favor, que no sepan que he dicho eso. Comer el pollo a la parmesana de la abuela hecho con amor y mucho queso mozzarella me ha enseñado a convertirme en la persona que soy, y en la que quiero ser en el futuro.

Mientras esté fuera, espero que mi familia siga compartiendo las comidas juntos y no me eche demasiado de menos. Aunque puede que disfruten de la tranquilidad... o no. Pero aún más, espero que más familias se sientan inspiradas para reunirse alrededor de un viejo trozo de madera y crear recuerdos similares entre ellos, con la esperanza de que no incluyan ser golpeados en la frente con una espátula. Gracias tío John, te lo agradezco.

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